lunes, 1 de diciembre de 2014

La niña más guapa del mundo

Leo que Europa press nos da la noticia de quién es la niña más guapa del mundo. Y, efectivamente, la noticia se ilustra con la foto de una niña que es realmente una preciosidad. Con no gustarme mucho el asunto pensé, a la vista del titular, que se trataría de uno de esos certámenes para niños bonitos como ése que ganó Dill en la novela de Harper Lee Matar un ruiseñor. Pero no. La cuestión es que un futbolista ruso y su mujer modelo están convirtiendo a la criatura, que tiene nueve años, en maniquí profesional.

Aunque a mí me parece horrible -y las fotos de la niña vestida con ropa de adulta tratando de robarle lo más bonito de ella, su inocencia han terminado de convencerme de que esos padres están desquiciados- estoy convencido de que los padres son soberanos en lo que a la educación de sus hijos se refiere. Las ideas modernas de que el Estado debe inmiscuirse en esa potestad me parecen el camino a la dictadura por la vía rápida. Sin embargo, me parece espeluznante el detonante de la situación: que unos padres tengan una mentalidad tal que les ilusione meter a su pequeña en un mundo que es de suyo tan inestable y peligroso que quienes se aventuran en él terminan demasiadas veces siendo protagonistas de vidas totalmente infelices. No todas, claro. No hay que generalizar, ser agoreros, adelantar desgracias pero, ¿vestirla de adulta con nueve años...?

Y sorprendente me parece también que una agencia de noticias piense que ese desgraciado incidente -que unos padres se despisten de tal modo en la educación de su hija que, en lugar de velar por su correcto proceso de maduración, la conviertan en objeto de deseo desde su más tierna infancia- pueda tener el más mínimo interés para el público en general.

Pero lo peor es que Europa press probablemente acierta. La sociedad, en una gran medida, se ha vuelto una consumidora compulsiva de desgracias ajenas, de acontecimientos grotescos y de morbo. Y en lugar de proteger a nuestros hijos y dotarles de las defensa adecuadas para afrontar los peligros de la vida, les convertimos sin darnos cuenta en carnaza para que otros disfruten, los idioticen, se los lleven a la cama o los conviertan en hooligans mientras repetimos el mantra de que nunca la humanidad tuvo una generación tan bien preparada. Pues hay que despertar, ¿no?

¿De verdad nos gustaría que nuestra pequeña fuera un objeto de deseo para los ojos del mundo? Si la respuesta es no, tal vez haya llegado el momento de volver a defender la inocencia frente a la ideología  totalitaria del pansexualismo. Si es sí, adelante. Ya llegarán, me temo, la vejez, la soledad, y una vida rota para demostrarnos qué equivocados estábamos.




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