sábado, 3 de noviembre de 2018

Las margaritas y los cerdos.

Esta semana un individuo que trabaja como una corrosiva mezcla de periodista y humorista se sonó con la bandera de España, con el pretexto de que estaba tratando de resultar gracioso. Es posible que hubiera gente que se riera. Es difícil imaginarse a nadie riendo a mandíbula batiente por la patéticamente escasa muestra de talento que representa un hombre adulto parodiando a una niña e insultando a su patria y a sus compatriotas, pero habrá quien piense que eso tiene alguna gracia...

Es muy posible que el autor de esa deposición no sepa nada de nada. Desconoce, con seguridad que los textos de los Concilios de Toledo dejan constancia de la existencia de un reino, Hispania, bajo una autoridad eficaz y constructiva, que logró cohesionar a visigodos e hispano romanos con conciencia de ser un pueblo. Nada sabe del Liber iudiciorum ni del Fuero Juzgo. No tiene ni idea de los repetidos intentos por lograr la unificación de los reinos cristianos tras la invasión musulmana, de que Sancho III era “Hispaniarum Rex, gratia Dei”, ni que Jaime I acudió en ayuda de Alfonso X para conquistar Murcia sin pedir contrapartida alguna “per salvar Espanya”. No ha oído jamás hablar de Isidoro de Sevilla, de San Ildefonso o San Leandro, y sería incapaz de creerse que el Arcipreste de Hita se atreve a parodiar la liturgia de las horas con mucho más talento que el suyo, de pobre chistoso de La Sexta. Y tendrá, hay que ser atrevido, una mala impresión de los Reyes Católicos a los que tal vez haya conocido por una serie de televisión.

Considerará su humor adolescente el culmen del ingenio, y probablemente Lope, Quevedo y Cervantes le resultarán aburridos. No sabrá de la existencia de Sor Juana Inés de la Cruz; las obras de Emilia Pardo Bazán o Galdós se le caerán de las manos. Pensará de Velázquez, Rivera, Murillo, Gregorio Fernández o la Roldana, si los conoce, que son bodrios que deben acabar ardiendo, como en el 36.  Sin embargo sonarse los mocos, ¡oh!... Sonarse los mocos sí es ingenio. Que no admite crítica; cualquier crítica del lamentable insulto a la inteligencia que constituyó el numerito de este fulano lo interpreta como un ataque a su libertad de expresión. De la patética expresión de un párvulo cuya aportación es sonarse los mocos para ridiculizar a una niña de trece años que jamás le faltó al respeto, ni nunca lo hará.

Es casi seguro que el tipo este no sabría decir nada más de la colonización y evangelización de América que que se cometió un genocidio (la evidencia clamorosa de los millones de indios que viven en América del Sur no será capaz de hacerle cuestionar ese mantra de simpleza inconcebible), pero nada sabrá de la inmensa obra de España en ese continente hermano. Nunca habrá oído hablar de Jiménez de Quesada, ni de Santa Rosa de Lima, ni de Motolinía. Las Leyes de Indias o Ginés de Sepúlveda serán realidades totalmente desconocidas para ese pobre ignaro, como lo serán los acuerdos con los mapuches, las reducciones jesuíticas o la obra colosal de Junípero Serra, llevando a los indios pames la Fe y la agricultura. Nunca oyó hablar de Balmis ni de Malaspina. En el más que improbable caso de que conozca quién fue Humboldt, las alabanzas del alemán a la obra española en América no le habrán hecho cuestionarse los cerriles lugares comunes en los que basa su opinión de España.

No habrá caído en la cuenta -los bobos solemnes nunca caen en la cuenta de nada- de que todos los pueblos representan su identidad mediante símbolos, ni de que sólo las sociedades con conciencia de sí mismas están en condiciones de aportar algo bueno a la Humanidad. De que España es una sociedad que hace más de mil años se conformó como nación y que gracias a ello ha sido uno de los principales motores de la Civilización. Y de que se identifica a sí misma mediante una bandera bajo la cual han vivido y por la cual han muerto muchas generaciones de personas mucho más válidas que él con su asombrosamente impúdico, por inmaduro, “sentido del humor”.

Este pobre diablo, carente de talento y aún más de piedad y gratitud a sus antepasados, se siente autorizado para insultar a las generaciones que le precedieron y a las personas que le rodean, y, una vez recriminado, da unas explicaciones tan carentes de madurez y valor como todo su comportamiento anterior.

Produce pasmo que alguien pueda seguir viendo a ese despojo de la “Cultura” si no es con el mismo hastío con el que se consume comida basura: la pereza, el desencanto, el no querer cocinar….el no querer amar las cosas grandes porque apreciarlas nos obliga a darnos cuenta de nuestra pequeñez. Y produce repugnancia la desfachatez de este paladín de la modernidad, que encontrará que hay algo de rebeldía en insultar, sin riego alguno y con un sueldo inalcanzable para la mayoría, a millones de personas que jamás le hicieron nada. Tan sólo crear las condiciones necesarias para que él viva su regalada vida.

Y produce pena que haya tanta gente incapaz de agradecer y admirar el increíble privilegio de ser herederos y continuadores de la inmensa obra de España en la Historia a pesar de la clamorosa evidencia de que aún hoy España sigue dando ejemplo de ser un referente mundial en aspectos tan admirables como la donación de órganos o el apoyo a los países en desarrollo. Está claro que los cerdos no son capaces de apreciar las margaritas.