miércoles, 28 de febrero de 2018

Goes y Wswad. Frío y heroísmo.

En la Historia de España hay multitud de nombres que nos resultan conocidos porque nos trasladan a gestas de primera magnitud. Juan de Austria y la Batalla de Lepanto, el Marqués de Santa Cruz y la Batalla de San Miguel, San Francisco Javier y la evangelización de Oriente, fray Junípero Serra y California, Ramón y Cajal, Cervantes, Lope, Velázquez... Hoy traemos a dos tal vez menos conocidos, pero de una talla igualmente gigantesca, que llevaron a cabo dos acciones parecidas separadas varios siglos. 

Cristóbal de Mondragón fue un Maestre del Tercio Viejo de Sicilia que luchó en las guerras contra los independentistas holandeses -y junto a los holandeses fieles al Imperio- en las guerras de Esmalcalda y Flandes. Fue Gobernador de Gante y Capitán General de Zelanda. Fue un gigante, vamos. Aunque sus hazañas personales y como jefe de unidad militar son numerosas (son increíblemente numerosas, en realidad: el desprecio a la muerte de los hombres que hicieron el Imperio español debía hacer encogerse de temor a la misma parca), traemos hoy una que deja con la boca abierta. 

En el otoño de 1572 la plaza de Goes estaba sitiada por los rebeldes holandeses, sin posibilidad de ser socorrida ya que los Mendigos Del Mar ejercían un eficaz bloqueo sobre ella. La ayuda estaba a quince kilómetros. Los infranqueables quince kilómetros de la desembocadura del Escalda, sometidos a corrientes poderosas y al efecto de las mareas. En la bajamar el agua llegaba entre la cadera y el pecho de un hombre. En la pleamar hasta el hombre más alto necesitaría nadar para no ahogarse. A pesar del riesgo casi demente que suponía la empresa, Mondragón al frente de tres mil hombres vadeó la desembocadura desafiando no sólo al frío, a las corrientes y al lodo del fondo, sino al mismísimo tiempo: si no cruzaban antes de la pleamar todos morirían barridos, literalmente, por las olas.  Quien se haya bañado media hora en las aguas de Galicia o de Asturias en el verano español podrá calibrar el desgaste brutal de la marcha que hicieron aquellos hombres.


Por supuesto, cumplieron con su deber. Aquellos hombres, con sus jefes marchando frente a ellos, sufriendo el mismo frío, lo podían todo. De hecho apenas se ahogaron una decena. Y cuando llegaron, ateridos, empapados, exhaustos de mantener las mechas por encima de sus cabezas durante quince kilómetros, pusieron en fuga a una fuerza holandesa que les triplicaba en número, y pusieron Goes a salvo.

Pues, por estremecedora e irrepetible que resulte la hazaña de aquellos españoles del siglo XVI, otros españoles en pleno siglo XX llevaron a cabo una repetición si cabe más temeraria, sacrificada y alucinante: los esquiadores de la Compañía del Capitán Ordás.

En el invierno de 1942, la División Española de Voluntarios estaba desplegada en el frente de Leningrado, a las orillas del lago Ilmen. Las temperaturas de las noches del invierno ruso llegaban a los cincuenta grados bajo cero. Los motores se echaban a perder, las armas dejaban de funcionar. Las guardias se multiplicaban porque debía restringirse su duración a media hora para no comprometer la vida de los centinelas.

En esas circunstancias el Capitán Ordás recibe orden de liberar la pequeña localidad de Wswad, defendida por unos 500 alemanes que se enfrentaban al 140 Regimiento soviético. No hay más forma de llegar que cruzando la desembocadura Del Río Lovat sobre la superficie helada del Ilmen. Y Ordás, como siglos antes Mondragón, acepta el inmenso riesgo y se pone en marcha frente a sus  206 hombres. 

La dureza de la travesía fue tan superior a la capacidad de resistencia humana que durante los diez días que duró la marcha se produjeron 106 bajas. Aún así, Ordás -con el apoyo insustituible de su Teniente Otero de Arce, logra trabar contacto con los tres mil esquiadores siberianos que sitiaban Wswad. Y ponerlos en fuga. Al final de la acción quedaban 18 españoles en pie.  La llegada de los españoles a Wswad, como su llegada a Goes siglos antes, fue una hazaña tan imposible de prever que supuso la entrada en pánico de sus oponentes. Por si todo esto fuera poco, la historia de la Compañía de Ordás está aliñada con numerosos actos de heroísmo en beneficio de la población rusa, poniendo ancianas a salvo en la batalla, rescatando del fuego los pertrechos de una familia...

Así eran los españoles: personas capaces de olvidar su propia seguridad y comodidad por cumplir con su deber o defender su ideal. Así eran Mondragón y Ordás. Y también Díaz del Castillo, Urbieta, Loyola, Juan de la Cruz, Teresa de Ávila, Navía Osorio... e Ignacio Eceheverría, que dejó su vida en Londres hace muy poco por proteger a sus semejantes. A todos ellos se ajustan los versos de Calderón de la Barca:
Estos son españoles, ahora puedo
hablar encareciendo estos soldados
y sin temor, pues sufren a pie quedo
con un semblante, bien o mal pagados.

Nunca la sombra vil vieron del miedo
y aunque soberbios son, son reportados.
Todo lo sufren en cualquier asalto.
Sólo no sufren que les hablen alto.

sábado, 24 de febrero de 2018

Pavía y la mejor república del mundo

El 24 de febrero se celebra la efemérides de la Batalla de Pavía. En realidad se celebran más acontecimientos importantes, al estilo de los que nos gusta recordar en Camino de Orleans, como, el comienzo de la persecución de Diocleciano -la publicación del “Edicto contra los cristianos”-, o la abdicación del Emperador Carlos en su hijo Felipe y su hermano Fernando. Sin embargo, hoy nos queremos fijar en la batalla de Pavía, y, en concreto, en el apresamiento del rey de Francia, Francisco I.

La batalla de Pavía se produjo en el marco del afán de expansión de Francia por tierras italianas, que choca con el interés de los Estados Pontificios por mantener su independencia, para lo cual necesitaba mantener alejadas de sus fronteras a las potencias que, siendo demasiado poderosas, pudieran resultar poco de fiar. Francia dio repetidas muestras de no ser fiable para la Iglesia -en repetidas ocasiones pactó con el turco en detrimento de la Cristiandad-, mientras que España casi siempre supeditó sus intereses inmediatos al bien de la Cristiandad.

La explicación de esta toma de partido de España por la Cristiandad se comprende si se piensa que los monarcas españoles, y muy especialmente los Reyes Católicos, el Emperador Carlos y Felipe II, aunque muchos de los siguientes también, reconocían la autoridad moral de la Iglesia: de una Iglesia transnacional, no Nacional, que merced a esta transnacionalidad pudiera indicar, sin deberse a gobierno alguno, cuál era el bien moral que debía ser perseguido y protegido por las naciones. De este respeto a la Ley moral surgen, por ejemplo, las Disquisiciones de Valladolid o la confrontación entre Juan Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas.

En cualquier caso, Francia y España se enfrentan en Pavía por el dominio de parte de la península italiana, en concreto el Milanesado, que había sido invadido por Francia. Era la primera gran guerra que enfrentaba las dos potencias desde la que se libró en Nápoles algunos años antes y España ya había demostrado ser un enemigo temible. La forma de combatir diseñada por Gonzalo Fernández de Córdoba había demostrado ser capaz de imponerse a enemigos más poderosos  en número en batallas como Ceriñola y Bicoca. Con antecedentes semejantes el rey francés decide poner toda la carne en el asador y se pone al frente de sus huestes: unos treinta y dos mil hombres con más de cincuenta cañones, que se enfrentan a una fuerza de, por junto,  treinta mil hombres con una veintena de cañones -Antonio de Leyva estaba defendiendo Pavía con unos seis mil, mientras que unos veinticuatro mil mandados por el marqués de Pescara debían oponerse al grueso francés-.

Los franceses habían sitiado Pavía dando por descontado que la plaza caería, pero Leyva, pasando mil penalidades al mando de los suyos -cuando arriesgaron la última salida contra los franceses arengó a sus hombres asegurándoles que si querían comer debían arrebatar su comida a los franceses- resistió causando un quebranto considerable a las tropas de Francia. La resistencia que Leyva les planteó permitió llegar a tiempo al marqués de Pescara, cogiendo a los franceses entre dos fuegos. La victoria fue total:Francisco I perdió trece mil hombres y su propia libertad.



La captura de Francisco I fue obra de un guipuzcoano, Juan de Urbieta: un soldado de origen humilde al que se unieron en el fragor del combate un hidalgo  ferrolano, Alonso Pita da Veiga y un aventurero cretense, Pedro de Candía, que llegó a ser uno de los 13 de la fama que conquistaron el Perú. Estos tres hombres, de tan distinta cuna y condición, peleaban a pie hombro con hombro, todos ellos sin más título que el de soldados: señores soldados.

Es decir: en las unidades españolas los jefes atravesaban las penalidades de sus hombres, pero es que, además, en la Infantería formaban tanto hidalgos de buena cuna como desertores del arado. Y todos ellos se sometían a la misma disciplina bajo la bandera de la Cruz de Borgoña y en defensa del Imperio primero y más tarde de su religión: de una Iglesia no Nacional que iba a seguir cuestionándolos a ellos y a su rey cuando lo considerara necesario puesto que no se sometía a su autoridad sino que era libre. Independiente se diría ahora.

Además, los tres  hombres que hemos mencionado mejoraron su posición social gracias a sus años de servicio: Urbieta recibió un escudo de armas del que su familia hasta él mismo carecía; Pita da Veiga recibió del Emperador el privilegio de armas a perpetuidad. Pedro de Candía llegó a ser Alcalde Ordinario de Cuzco -aunque murió en una batalla en el Perú sin dejar buena memoria de sí…-

La peculiar estructura de los Tercios Españoles, con su arraigado código de honor, según el cual cada uno era tanto como sus obras le hacían ser, y su mejor servicio a España le situaba en el mundo en un mejor lugar, superando las barreras de un origen humilde, generó una imparable máquina de guerra -y de la paz, que llegaba con la victoria- que permaneció invicta por más de cien años. Eso llevó a Calderón de la Barca a definir al ejército español de su época como la “república mejor y más política” del mundo. Una “religión de hombres honrados” en la que no se podía disimular ni vivir de los méritos de otros, en la que

“[así] de modestia llenos
A los más viejos verás
Tratando de ser lo más
Y de parecer lo menos”.

Extraordinarios hombres para una extraordinaria época.

domingo, 18 de febrero de 2018

La hipocresía ante el Síndrome de Down



Hace pocos días asistíamos con rabia a la expulsión de una charla de carácter comercial de Julia, una mujer con síndrome de Down que, acompañando a sus hermanas, iba a asistir a la charla en un hotel de Motilla del Palancar. El hecho es lamentable, por cuanto se hizo mucho daño a una persona tan digna de amor y respeto como cualquier otra. O tal vez más, por sus especiales circunstancias de indefensión y vulnerabilidad.
Pero desde Camino de Orleans queremos hacer alguna reflexión más, sin cargar las tintas contra la empresa que quería publicitarse mediante la charla –probablemente del todo inocente, por cuanto inconsciente de que ese hecho se iba a producir- ni contra el hotel, sino contra la degeneración de nuestra sociedad. La sociedad del bienestar inmenso en la que vivimos –nunca en la historia se ha disfrutado de los servicios de los que disfrutamos en la actualidad- encierra en su propia comodidad el peligro de construir en nosotros una mentalidad como la del comercial que tomó la penosa decisión de negar el acceso a Julia a su charla por el mero hecho de tener trisomía del 21. Para no asustar a los demás, decía el comercial. Puede construir en nosotros una mentalidad que percibe a un enfermo – ¡ni  siquiera contagioso!- como alguien que da miedo. Y que el protegerse de ese miedo sea justificación suficiente para ofender, despreciar, expulsar al necesitado. Es el mundo al revés.
La lamentable actuación del comercial fue denostada públicamente en las redes sociales por algunos políticos españoles. Los mismos que llevan a gala defender –imponer, en realidad- la ley del aborto como un supuesto derecho de las mujeres.
Tal vez algunos de nuestros lectores no sepan que en España rige un procedimiento según el cual en la semana 12 del embarazo a los fetos se les somete a una serie de pruebas para detectar posibles anomalías genéticas contra las que, a día de hoy, la medicina no sabe actuar. Una de esas anomalías es la trisomía del cromosoma 21: el Síndrome de Down.
Pues bien: la realidad de España es que está en vigor, gracias a los políticos que tanto aparentaban lamentar el incidente de Motilla de Palancar, una espeluznante ley según la cual la simple probabilidad de que el feto tenga trisomía del 21 es motivo suficiente para acabar con su vida. Es decir: Los mismos políticos que ahora aprovechan la desgarradora fotografía de Julia llorando para mostrar su supuesta humanidad, maniobran incansablemente para que las mujeres embarazadas aborten a sus hijos por el simple hecho de tener Síndrome de Down. A los padres de Julia en el tercer mes de embarazo esos políticos les habrían puesto una cara de displicente superioridad y les habrían animado a matar a Julia. Si fuera por ellos, Julia no existiría: habría muerto descuartizada en el seno de su madre.
Nuestra anestesiada sociedad no soporta a los diferentes, a los feos, a los obesos. No soporta a los que tienen tres cromosomas, a los que no alcanzan el nivel de “respetable perfección” impuesto por los cánones actuales, musculados, depilados, hípersexualizados, sin arrugas ni imperfecciones. Los que usan gafas, los que no han tenido dinero para hacerse una ortodoncia, los que tienen una malformación del tipo que sea lo tienen muy difícil… El resto, los que somos aceptablemente perfectos y felices en apariencia –y lo compartimos sin cesar en nuestros perfiles de las redes sociales- nos podemos asustar si nos vemos obligados a permanecer en la misma sala que uno de ellos. El comercial de la empresa de salud pensaba así. Su mente –probablemente poco aguda- ya ha sucumbido al veneno  de nuestra época.
Es sorprendente que la multitud de obras que han advertido sobre el desprecio al diferente y el peligro de la eugenesia -en literatura “Un mundo feliz”, en cine “Gattaca” “Cuando el destino nos alcance”, “La fuga de Logan” o “Los sustitutos” por poner algunos ejemplos- no hagan que la sociedad comience a despertar de la tiranía que se aproxima. ¿El comercial de la despreciable actuación será consciente de que varios millones de personas en el mundo son más brillantes, más guapas, más sanas y más inteligentes que él mismo y que, con su mismo criterio, podrían decidir mañana que él puede generar aversión en los que son más atractivos? ¿De que si no se concede a la vida un valor absoluto el hecho de ser moreno, o rubio, o ir a medir menos de una estatura determinada o ser mujer –cosa que ya ocurre en países como la India y China donde cientos de miles de niñas son abortadas sólo por no haber sido concebidas varones- puede ser esgrimido como justificación para matar?
En Camino de Orleans pensamos que cada vida importa, y que nuestra existencia individual cobra valor en la medida en que la volcamos en servir y proteger a los demás: a los pequeños, a los necesitados.  Especialmente a ellos. Y en ese aspecto los políticos de nuestro arco parlamentario, sin duda, no nos representan.
Para saber más…
La Fundación Jérôme Lejeune realiza una fabulosa actividad en defensa de los afectados por el Síndrome de Down. www.fundacionlejeune.es

sábado, 17 de febrero de 2018

Bécquer. Musas y fantasmas

El 17 de febrero de 1836 nació en Sevilla uno de los mayores exponentes del Romanticismo literario español: Gustavo Adolfo Bécquer. El Romanticismo, como todos sabéis, fue una corriente artística del siglo XIX que, en Literatura, dio algunos nombres de resonancia universal: Víctor Hugo, Alejandro Dumas, Walter Scott, Edgar Allan Poe… La lectura de muchas de sus obras es prácticamente obligada durante la adolescencia (y en la vida adulta si no nos dio tiempo antes).  A pesar de que la novela histórica -y las novelas románticas de  Walter Scott, por ejemplo, no son otra cosa- hay que leerla con prudencia para no confundir la ficción con la verdad histórica, muchos de estos relatos tienen una carga muy aceptable de realidad y sus protagonistas son ejemplos a seguir en muchas de sus facetas. Pensamos por ejemplo en el Rob Roy de Scott (el auténtico luchó por los Estuardo al lado de infantes españoles en la batalla de Glen Shiel), o en Jean Valjean, o en Edmundo Dantés.

Entre los autores románticos españoles destacan por derecho propio José Zorrilla (el Tenorio, y su romance "A buen juez mejor testigo" son, en nuestra opinión, dos cumbres de la literatura), Espronceda (con su inolvidable "Canción del pirata"), y ya tardíamente Rosalía de Castro (el alma de la morriña gallega, llevada a la cumbre en “Negra sombra”) y al que hoy homenajeamos, Gustavo Adolfo Claudio Domínguez Bastida: Gustavo Adolfo Bécquer.



La vida de Bécquer estuvo acorde con el espíritu de su corriente artística. Bécquer amó intensamente a tres mujeres…o tal vez a ninguna mujer real, sino a un ideal:

 “Yo soy un sueño, un imposible,
vano fantasma de niebla y luz,
soy incorpórea, soy intangible,
no puedo amarte.
 -¡Oh, ven! ¡Ven tú!”.

 Y no fue correspondido más que por la tercera…que acabó siéndole infiel con otro hombre:

 “Cuando me lo dijeron sentí el frío 
de un hoja de acero en mis entrañas; 
me apoyé contra el muro y, un instante, 
la conciencia perdí de dónde estaba”.

A pesar de provenir de una familia acomodada, y de haber disfrutado de la amistad de personas influyentes que le apoyaron, no consiguió el reconocimiento en vida que habría deseado, y pasó por momentos realmente bajos cuando en la Revolución de 1868 su libro de poesías desapareció pasto de las llamas. Tuvo un compañero inseparable en su vida, su hermano el pintor Valeriano Bécquer, que, a pesar de ser casi de su edad murió joven, con 36 años, dejando a Gustavo Adolfo desolado. Por si fueran pocos los ingredientes de este melancólico guiso, Gustavo Adolfo contrajo tuberculosis, enfermedad que le llevó a la tumba con 34 años, pocos meses más tarde que Valeriano.

A pesar de este cúmulo de desventuras, Gustavo Adolfo escribió como pocos al amor y, sobre todo al desamor:

“Asomaba a sus ojos una lágrima
y a mi boca una frase de perdón.
Habló el orgullo y enjugó su llanto, 
y la frase en mis labios expiró”

Y supo hablarle a Dios de sus tristezas y de su necesidad desgarradora de saberse perdonado:

“Soldados del Ejército de Cristo
santos y santas todos,
rogadle que perdone nuestras culpas
a Aquel que vive y reina entre vosotros”.

Bécqer consiguió como nadie describir las noches de los campos españoles, la tétrica desesperación de las almas en pena, el honor orgulloso de los caballeros medievales de España defendiendo, aún después de muertos, el honor de sus mujeres cuando iba a ser mancillado por el invasor francés. Después de leer a Bécquer, cualquier edificio construido en piedra nos suscita mil imágenes terribles y grandiosas de almas que pugnan por defender la verdad y la justicia o por ganar el corazón de una mujer. Después de leer a Bécquer uno no puede olvidar, al ver una flor de la pasión, el alegato escalofriante de Sara ante su padre:

“Vengo a arrojar sobre vuestras frentes todo el baldón de vuestra infame culpa…”.

Nada mejor para una noche de invierno que leerle a un hijo o a un sobrino cualquier leyenda de Bécquer y disfrutar de su silencio, su atención y sus ojos abiertos por la fascinación que le genera el atrevimiento de Alonso al ir a por la prenda de amor -desdeñoso, cómo no- de Beatriz, al terrible y mortal Monte de las Ánimas.

Para saber más…
Si algún día estáis de excursión en Toledo, no dejéis de visitar la ermita del Cristo de la Vega con una copia de “A buen juez mejor testigo” de Zorrilla. No os contamos más…

Galileo y su condena

Que Galileo Galilei es un gigante de la Ciencia no se le escapa a nadie. Y la verdad es que nunca nadie tuvo duda al respecto. Sin embargo, su vida –una parte de la misma, su juicio y condena- ha sido tergiversada hasta la saciedad por una mezcla de desconocimiento indolente y falsificación interesada. Por increíble que parezca –tratándose éste del momento en que vive la “generación mejor preparada de la Historia”-, una encuesta elaborada en Perú descubrió que el 30% de los jóvenes pensaba que a Galileo lo quemaron en la hoguera (los católicos, por supuesto: nadie parece saber que las hogueras protestantes centroeuropeas ardían más, más frecuentemente y sin las más mínimas garantías procesales), mientras que el 90% creía, además, que fue sometido a torturas. Esa versión de la vida –y supuesta muerte- de Galileo es, sencillamente, falsa. Y se emplea malintencionadamente para tratar de convencer a los poco avisados de que la Iglesia y la Ciencia se contradicen, cuando la realidad histórica es que la Historia está llena de científicos católicos y que el caso de Galileo, que ya os adelantamos que murió pacíficamente de muerte natural en su casa de Acetri tras largos años de vida, tiene mucho más de excepción que de norma.
Galileo nació en 1564  en Italia, y como la mayoría de los italianos de entonces, fue un ferviente católico durante toda su vida. Fue un apasionante hijo de su tiempo que participó en debates acerca de la ubicación del infierno a partir de las descripciones de Dante, con textos tan brillantes e inverosímiles como las “Lecciones sobre la figura, localización y tamaño del infierno de Dante Alighieri”. Galileo sostuvo resueltamente que los cuerpos caen a la misma velocidad independientemente de su peso y perfeccionó el periscopio hasta darle una capacidad de observación de los cuerpos celestes, que le permitió darse cuenta de que la teoría copernicana –es la Tierra la que gira alrededor del Sol y no al revés- se ajustaba mejor a la realidad que la aristotélica. En realidad la Iglesia ya intuía ese hecho (Diego de Zúñiga y Foscarini lo defendieron en algunas obras que también encontraron oposición), pero el ajuste con la explicación filosófica necesitaba cierta reflexión. Y en aquel momento aún no se había entendido que no existía contradicción alguna entre la cosmovisión católica y la explicación científica de Galileo y Copérnico. Desde luego, hubo debate. Y Galileo se explicó con espíritu constructivo y acertado en sus cartas a la Gran Duquesa de Lorena. Aunque no convenció. Se impuso la tesis geocentrista, que aún se mantuvo unos años. Desde la parte contraria, lo que se le pedía a Galileo era que no afirmara categóricamente la falsedad del heliocentrismo sino que admitiera que su propuesta era tan sólo (y en aquel momento lo era) una teoría que explicaba bien la realidad. 
Es verdad que Galileo fue procesado por un tribunal de la Inquisición en el que se le conminó a retractarse de su teoría científica. Esto ocurrió en 1633 (tenía Galileo 68años), aunque jamás fue sometido a torturas. De hecho, la mayor parte del tiempo que duró el proceso, Galileo se alojó en el Palazzo Firenze, y una vez que acabó el juicio –en el que se le condenó, es cierto, a prisión, aunque la pena le fue conmutada inmediatamente- se le permitió regresar a su casa, pasando por Siena, donde el Arzobispo Ascanio Piccolomini le trató, como discípulo suyo que era, a cuerpo de rey. Una vez de vuelta en Acetri, Galileo se dedicó a la oración y a acabar la que tal vez haya sido su obra más importante: Discursos y demostraciones en torno a dos nuevas ciencias.
La condena de la historiografía oficial sobre el proceso seguido contra Galileo Galilei obvia interesadamente el hecho de que Galileo fue tratado permanentemente con consideración y respeto (por más que el simple hecho de ser procesado debe resultar inquietante y generar una tensión considerable) y que su condena final fue casi simbólica: rezar el Oficio Divino durante un año y abandonar las partes de su teoría que fueron calificadas de errores.


Obvia, además, que la motivación del proceso partía no de un interés  acientífico sino, al contrario, de una defensa de la prudencia a la hora de aceptar postulados que pueden resultar erróneos. ¿Cómo negar que en 1630 todo el mundo veía el sol moverse entre el alba y el ocaso? La Iglesia no prohibía la investigación científica –numerosísimos religiosos se dedicaban a ella-, pero es evidente que el “giro copernicano” necesitaba tiempo para realizarse. 
Y obvia, por último, con una falta de rigor histórico sorprendente, que en el siglo XVII Europa concedía a la verdad religiosa un valor capital, y que la anomalía es el desprecio actual por la religión y la filosofía, que sólo pueden derivar en una sociedad carente de valores sólidos y de espíritu crítico y racional.
En un tiempo en el que la verdad científica importa menos que nunca (se pretende, por ejemplo, imponer por ley que el sexo biológico es totalmente irrelevante a la hora de definir el sexo de las personas, prohibiendo incluso el debate y activamente y penalmente a quien trate de dar importancia a los cromosomas Y), el escándalo por el proceso de Galileo resulta realmente sorprendente. Desde Camino de Orleans, casi en el aniversario de su nacimiento, rendimos homenaje a Galileo contando la verdad de su vida y poniendo de relieve sus inquebrantables Fe y piedad.
Para saber más…
A modo de contraste, para entender en qué términos se desarrolla la historiografía oficial, os proponemos comparar el juicio a que fue sometido Galileo con el proceso contra otro científico, Miguel Servet, por los Calvinistas de Ginebra en 1553.
Para vuestros hijos es una encantadora e inocente forma de descubrir la figura de Galileo la versión de Disney en la que Mickey y Goofy fabrican un telescopio a partir de barras de salami y una mesa de billar.
Nuestro Galileo en oración es cortesía de @ayerdeciamos

martes, 13 de febrero de 2018

Anna Sullivan y Hellen Keller

Si estás preparando un TFM, peleándote con tu oposición, estudiando unos exámenes o a punto de tirar las zapatillas porque no bajas de 50’ en los diez kilómetros, te traemos un revulsivo contra la frustración: Hellen Keller.
En 1880 y en el seno de una familia sureña nació esta fuera de serie que es el antídoto perfecto contra las tentaciones de tirar la toalla. Cuando tenía 19 meses se quedó sorda y ciega. No tenía ni dos años, y su única manera de relacionarse con el mundo pasó a ser el sentido del tacto. Aún no sabía hablar –tal vez dijera “daddy”- cuando se levantó a su alrededor un muro infranqueable: a oscuras y en silencio.
En esa situación terrible pasó los siguientes cinco años, acumulando frustración. Sólo entendía las caricias y el sabor de la comida. Sn embargo, antes de asumir la derrota, sus padres la pusieron en manos de Anne Sullivan: una maestra para ciegos, que es en sí misma un relato de superación.
Sullivan se encerró, literalmente, en una habitación de la casa de los Keller para enseñar a Helen a relacionarse con el mundo. La pequeña aprendió, tan sólo con el sentido del tacto, a comprender que las realidades que conocemos se designan mediante palabras, que hay un nombre para cada cosa y que combinando palabras adecuadamente se forman frases. Empleando el alfabeto para sordos consiguió echar abajo la barrera que la separaba del mundo. No sólo aprendió a denominar los objetos tangibles, sino que consiguió un desarrollo intelectual sobresaliente: en 1904 se graduó con honores en la universidad.
La historia de la liberación de Helen Keller de las barreras de su enfermedad se narra de manera estremecedora en una joya del cine: El milagro de Ana Sullivan (MGM 1962, de Arthur Penn; con Anne Bancroft y Patty Duke), toda una feel good movie para ver en familia y quitarse la pereza para esos pequeños desafíos de cada día.
Anne Sullivan y Hellen Keller fueron excepcionales no sólo por su capacidad de superación sino porque fueron pioneras. Por lo menos en parte gracias a ellas, las personas con discapacidad cuentan hoy en día con recursos, a través de instituciones caritativas, fundaciones o gracias a la acción del Estado, para tener una vida plena a pesar de sus limitaciones físicas o psíquicas. Riendamiga, Once y Fundación Once, Hogar Don Orione y otros muchos ayudan hoy a los más necesitados. A todos, gracias desde “Camino de Orleans”
«En estos oscuros y silenciosos años, Dios ha estado utilizando mi vida para un propósito que no conozco, pero un día lo entenderé y entonces estaré satisfecha»
                                                                                                                                             Helen Keller.

Foto cortesía de http://www.perkins.org/history/archives/helen-keller-and-anne-sullivan-collections 




sábado, 3 de febrero de 2018

Capitanes intrépidos.


El pasado año tuvimos ocasión de ver un remake de una de las obras más ínter generacionales de Rudyard Kipling, El libro de la selva. Sin embargo, y a falta de que alguien se decida a volver a llevarla a la gran pantalla, hoy os proponemos una joya más olvidada que está a punto de cumplir los 80 años.

Capitanes intrépidos (Captains corageous) vio la luz sobre el papel en 1897, año en el que “ el poeta del imperio británico” ya gozaba de una merecida fama. En esa época vivía con su familia en Vermont, y el año resultó prolijo para su producción literaria tal vez por el bucólico aislamiento de los infinitos bosques que habían sido hogar de iroqueses y mohicanos, casi desaparecidos a día de hoy. Como gran parte de la narrativa de Kipling, Capitanes Intrépidos tuvo una gran acogida y cuarenta años más tarde fue llevada al cine por el genial Victor Flemming, el mismo que dos años después dirigiría Lo que el viento se llevó.

La película cuenta, alejándose en parte del original, la historia de un niño malcriado de Nueva York que en un viaje a Londres salva el franco bordo del buque que le lleva y cae al mar, de donde es rescatado por la tripulación de una goleta que faena en el Atlántico en plena campaña del bacalao. El contraste entre su vida regalada y superficial y la vida ruda de los marineros le enseña a apreciar la honradez, la sinceridad, el valor y el sacrificio, gracias al ejemplo de Manuel: un marinero portugués que destila hombría de bien por los cuatro costados y que le enseña el valor de la vida, la amistad y la decencia y, de paso, a ganarse la vida pescando bacalao.

La lucha de los marineros contra la mar se refleja en estupendas secuencias de las goletas navegando muy ceñidas, los hombres atendiendo el aparejo empapados y cansados, disfrutando de un rancho austero, o sacándose anzuelos de sus brazos sarmentosos. Está protagonizada por un colosal Spencer Tracy que ganó el Óscar al mejor actor principal, y estuvo propuesta para otros premios como el de mejor película,  guión y montaje.

Es una canción a la amistad y la vida, enmarcada en el viaje vital de su protagonista, en la que la figura paterna (encarnada en el propio padre del protagonista y en Manuel, su inesperado tutor) se trata con un cariño y respeto no muy frecuentes en el cine de hoy. Una película de visión casi obligada para reír, llorar, y abrazar a nuestros hijos sentados a nuestro lado en el sofá mientras Manuel toca “Mi pescadito” con su zanfoña.

Para saber más...
Rudyard Kipling destacó, además de cómo autor de narrativa, como poeta. Su poema If es un imprescindible de la literatura contemporánea.
Tal vez la más famosa de las goletas bacaladeras de los años veinte fue la Blue nose, una goleta canadiense cuya foto os dejamos aquí, por cortesía de oncubamagazine.com



Las hazañas de los pescadores en Terranova siguen produciéndose hoy en día: las flotas pesqueras de altura son diariamente protegidas por los Buques de Acción Marítima y Patrulleros de Altura de nuestra Escuadra, donde los rescates no resultan infrecuentes. El CSIC tiene un interesante estudio sobre las campañas españolas del bacalao en Terranova y el Atlántico nororiental.
Spencer Tracy ganó oro Óscar el año siguiente por Forja de hombres y fue candidato en siete ocasiones más. Es, por derecho propio, uno de los grandes de la historia del cine.

viernes, 2 de febrero de 2018

El Pirineo francés


Ya estamos en temporada de esquí y tal vez estéis preguntándoos cómo organizar una buena escapada este año. Después del mal invierno que pasamos la última temporada, es posible que tengáis tanto mono como nosotros.

Como en casa no se está en ninguna parte, y por eso somos unos enamorados de las estaciones españolas: desde Cabeza de Manzaneda hasta Formigal y Sierra Nevada, el producto nacional que combina los deportes de nieve con nuestra fabulosa oferta de ocio y gastronómica para el après ski, es una apuesta ganadora. Sin embargo, para variar, os vamos a proponer una escapada al otro lado de los Pirineos, al departamento de Hautes Pyrénées, y os vamos a contar por qué.

La vertiente francesa de los Pirineos es incluso más vertical y salvaje que la española, dando lugar a valles largos y profundos que vale la pena recorrer; el paisaje es fascinante y la arquitectura y la naturaleza se combinan de una forma única, en una sucesión de pueblecitos con viviendas de arquitectura tradicional en piedra y pizarra que parecen sacados de un puzzle. Por no hablar de la casi lujuriosa abundancia de agua de la que disfruta Francia, gracias a la cual los ríos discurren anchos y caudalosos pocos kilómetros después de haber abandonado las cumbres. Una excursión por el valle de Ossau, una visita al Col d’Aubisque (que estará sin duda cerrado en invierno, aunque podremos asomarnos a la sobrecogedora carretera que lo recorre), un paseo por el circo de Gavarnie o un rato de recogimiento en Lourdes son alternativas fantásticas para un día en el que queramos quitarnos las botas porque hace malo arriba o simplemente para descansar.

Tal vez la mejor de las estaciones de esta zona sea Saint Lary-Soulan, que cuenta con más de 100 km de pistas y unas estupendas instalaciones, pero hay una gran oferta de estaciones familiares ideales para empezar a esquiar con los hijos por su abundancia de pistas de nivel fácil y medio. Baregès-La Mongie, Luz Ardiden o Gavarnie, todas ellas accesibles desde cualquier localidad de pintoresco país Toy, tienen precios competitivos y ofrecen variedad suficiente para disfrutar de unos días inolvidables.

Y por si aún no os hemos convencido, aquí os dejamos un secreto final: las vacaciones escolares en Francia no coinciden con las españolas. Para los que no os animéis en Navidad, no dejéis de hacerlo en Semana Santa: encontraréis las estaciones abiertas para vosotros solos y la nieve en buen estado a pesar de lo avanzado de la estación gracias a las muchas caras norte disponibles.

Para saber más...
El país Toy estaba tan aislado que hasta que Napoleón III no se propuso mejorar las comunicaciones que lo unían con Lourdes sus habitantes eran sensiblemente más bajitos y hablaban un dialecto peculiar. De eso hace sólo unos 150 años. Vale mucho la pena ver el puente erigido por deseo de la emperatriz a la salida de Luz Saint Sauveur hacia Gavarnie.
Si queréis una buena cena no dejéis de visitar el restaurante Les Templiers. Inolvidable manzana rellena de morcilla con Foie: http://www.restaurant-templiers-luz.com


España y la Civilización

En el pasado mes de noviembre se celebró una efeméride desconocida para muchos, pero que vale la pena recordar, como es el nacimiento del marino y científico español Alejandro Malaspina.

Malaspina pasará a la Historia por haber ideado, propuesto y capitaneado una expedición científica de gran envergadura que recorrió la mitad del mundo entre 1789 y 1794, yendo de una provincia a un virreinato y de allí a otra provincia sin apenas dejar de pisar suelo español o de navegar aguas españolas, y sin dejar de trabajar en cada una de las escalas.  Y es que, en contra de lo generalmente aceptado por la mayor parte de los españoles de hoy en día, España tuvo siempre una gran preocupación por el desarrollo científico y cultural. No en vano había fundado en 1538 la universidad de Santo Domingo, en 1551 la de Lima y en 1555 la de México y se había granjeado la admiración del mismísimo Alexander Von Humboldt, que reconocía que España había gastado en la expansión de la cultura en sus colonias más que cualquier otra potencia europea. Con respecto a Humboldt no nos resistimos a recordar que la corriente oceánica que lleva su nombre fue en realidad descrita por primera vez por un sacerdote español, el jesuita José de Acosta.

Testimonio de la preocupación española por la ciencia dan no sólo las numerosas  y ya mencionadas universidades (más que razonablemente pronto ofrecidas para provecho de los indios) sino la transcripción al papel de muchas lenguas indígenas que tan sólo conocían la transmisión oral; de hecho, el primer libro impreso en el continente americano es una gramática náhuatl escrita por los misioneros franciscanos ¡en 1531!

La iniciativa que puso en marcha este poderosísimo motor cultural se complementó de manera natural, sumando la preocupación de los numerosos misioneros por el desarrollo de los indios a la inclinación científica de nuestros monarcas, entre los cuales destaque tal vez Carlos III. Es decir, no se trataba de una cultura subvencionada sino naturalmente generada por la sociedad, cuyos diferentes estamentos aportaban aquello que estaba a su alcance.

La expedición Malaspina regresó a España con una enorme cantidad de material que abarcaba todos los campos del saber: la botánica, la geología, la cartografía, las observaciones astronómicas...y superó en muchos aspectos los logros alcanzados en expediciones inglesas y francesas, aunque en el imaginario colectivo el nombre de James Cook se dibuja con más nitidez que el de Alejandro Malaspina. Gran parte de la culpa la tiene la inquina de Godoy, que hizo procesar al colosal científico por su informe confidencial sobre el estado de los territorios de ultramar. Durante el juicio se perdió gran parte del material recogido en la expedición. Junto a las luces inmensas de España hay sombras que parecen recurrentes...

Sea como sea, actualmente se puede disfrutar del impulso civilizador español visitando el Jardín Botánico de Madrid o el Museo de Ciencias Naturales en la misma ciudad. Dos  planes fantásticos para una mañana de la ya cercana primavera en los que se puede conocer mucho de la investigación desarrollada a lo largo de la expedición Malaspina, para comerse a continuación un buen cocido en La Daniela y volver a casa queriendo un poco más a nuestra Historia y a los gigantes que la hicieron posible.

Para saber más...
Un apasionante y divertido libro sobre el desarrollo científico es “Una breve historia de casi todo”, del escritor estadounidense Bill Bryson. En cuanto al papel civilizador de España es imprescindible “Imperiofobia y Leyenda Negra” de María Elvira Roca Barea.