miércoles, 28 de marzo de 2018

Ceriñola: la creación de la Infantería moderna

El Arma de Infantería es, junto con la de Caballería, la que más relatos ha concitado y más presente está en el imaginario colectivo cuando se piensa en relatos bélicos y de batallas. Y compite con la Caballería porque, al ser Hollywood la Meca del Cine, quién más quién menos ha disfrutado de joyas como Fort Apache o Misión de Audaces, o imaginado las virtudes heróicas del General Custer hasta que con la edad y la lectura ha descubierto las oscurísimas sombras que envuelven al personaje real.

 El Gran Capitán.

Sin embargo, la Infantería es el Arma que uno imagina cuando trata de hacerse una idea rápida de lo que hace un soldado: marchar, cavar trincheras, combatir cuerpo a cuerpo. De Infantería, siguiendo con el cine, era el soldado Ryan.  Y el Sargento de Hierro, que en la traducción española decía ser el Sargento de Artillería Tom Highway, también era de Infantería. Como lo eran los hermanos Geste en la Legión Extranjera francesa o el Capitán Alatriste. Nuestra popular Legión y la Brigada Paracaidista, son Infantería. La Infantería es, en fin, el Arma de la Maniobra, es decir, la que combina el aprovechamiento del terreno, el movimiento y el fuego para caer sobre el enemigo (cerrar sobre él, en argot militar) y destruirlo. Y es también el Arma que ocupa el terreno y, por lo tamto, a la que se encomienda la resistencia hasta el enfrentamento cuerpo a cuerpo cuando hay que defender una posición. A la Infantería se la llama muy a menudo la reina de las batallas.

Pues bien. Por desconocido que sea para muchos, la Infantería moderna también es un invento español. En concreto la inventó un noble castellano, Gonzalo Fernández de Córdoba, que pasó a la Historia con el sobrenombre de El Gran Capitán. Y puso en práctica sus conceptos de cómo combatir en campo abierto tal día como hoy de hace 515 años, en la Batalla de Ceriñola.

En aquella ocasión, en el marco de la guerra contra los franceses por el control de Nápoles. Fernández de Córdoba recordaba la batalla mantenida contra los mismos franceses en Seminara en 1495, en la que la victoria se la había escapado de las manos porque las tácticas usadas hasta el momento con éxito en España, en las que la Caballería era protagonista, no habían resultado adecuadas para asestar un golpe definitivo. Ocho años después, con esa enseñanza previa, tuvo no sólo el genio creador de diseñar una nueva forma de plantear  una batalla sino el valor de pasar por alto el sentido del honor de la caballería medieval para dejar el peso de la batalla en manos de soldados de a pie, muchos de ellos sin nombre ni fortuna, pero con un profundo sentido del deber. 

El Duque de Nemours, comandante francés, planteó su batalla de forma arrogante confiando en su imponente caballería pesada compuesta de gentiles hombres tan acorazados como sus imponentes caballos de batalla y los lanzó al galope contra las líneas españolas para darse cuenta, demasiado tarde, de que enfrente no había una línea de caballería sino una compleja organización de fosos, trincheras, parapetos, unidades desplazándose a pie para atacar desde diversos puntos, y fuego, mucho fuego de arcabuz. El apoyo de la artillería y la caballería ligera españolas fueron un apoyo decisivo para finalizar una jornada en la que los franceses perdieron cuatro mil hombres frente al centenar en las filas españolas. La supremacía española como primera potencia mundial, que había de durar tres siglos de un extraprdinario desarrollo en términos de civilización (religioso, jurídico, político, moral, militar, artístico y cultural), estaba en pleno nacimiento gracias, en parte, a la genialidad de Gonzalo Fernández de Córdoba.

El Gran Capitán consiguió, arrebatar a la Caballería no sólo el protagonismo de las batallas, sino también el profundo sentido del honor que había animado a los caballeros medievales. Y no porque los jinetes en el futuro no fueran honorables, sino porque los infantes españoles desarrollaron, junto con su conciencia de ser los responsables últimos del éxito o del fracaso, un sentido del honor como no se había observado hasta entonces en soldados que sufrían las penalidades de las marchas a pie y que peleaban hombro con hombro con el soldado que estaba su lado sin importar su cuna sino su valía. 

Para saber más...
Os recomensamos el interesantísimo y ameno libro de José Javier Esparza, Tercios.  




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