Que Galileo Galilei es un gigante de la Ciencia no se le escapa a nadie. Y la verdad es que nunca nadie tuvo duda al respecto. Sin embargo, su vida –una parte de la misma, su juicio y condena- ha sido tergiversada hasta la saciedad por una mezcla de desconocimiento indolente y falsificación interesada. Por increíble que parezca –tratándose éste del momento en que vive la “generación mejor preparada de la Historia”-, una encuesta elaborada en Perú descubrió que el 30% de los jóvenes pensaba que a Galileo lo quemaron en la hoguera (los católicos, por supuesto: nadie parece saber que las hogueras protestantes centroeuropeas ardían más, más frecuentemente y sin las más mínimas garantías procesales), mientras que el 90% creía, además, que fue sometido a torturas. Esa versión de la vida –y supuesta muerte- de Galileo es, sencillamente, falsa. Y se emplea malintencionadamente para tratar de convencer a los poco avisados de que la Iglesia y la Ciencia se contradicen, cuando la realidad histórica es que la Historia está llena de científicos católicos y que el caso de Galileo, que ya os adelantamos que murió pacíficamente de muerte natural en su casa de Acetri tras largos años de vida, tiene mucho más de excepción que de norma.
Galileo nació en 1564 en Italia, y como la mayoría de los italianos de entonces, fue un ferviente católico durante toda su vida. Fue un apasionante hijo de su tiempo que participó en debates acerca de la ubicación del infierno a partir de las descripciones de Dante, con textos tan brillantes e inverosímiles como las “Lecciones sobre la figura, localización y tamaño del infierno de Dante Alighieri”. Galileo sostuvo resueltamente que los cuerpos caen a la misma velocidad independientemente de su peso y perfeccionó el periscopio hasta darle una capacidad de observación de los cuerpos celestes, que le permitió darse cuenta de que la teoría copernicana –es la Tierra la que gira alrededor del Sol y no al revés- se ajustaba mejor a la realidad que la aristotélica. En realidad la Iglesia ya intuía ese hecho (Diego de Zúñiga y Foscarini lo defendieron en algunas obras que también encontraron oposición), pero el ajuste con la explicación filosófica necesitaba cierta reflexión. Y en aquel momento aún no se había entendido que no existía contradicción alguna entre la cosmovisión católica y la explicación científica de Galileo y Copérnico. Desde luego, hubo debate. Y Galileo se explicó con espíritu constructivo y acertado en sus cartas a la Gran Duquesa de Lorena. Aunque no convenció. Se impuso la tesis geocentrista, que aún se mantuvo unos años. Desde la parte contraria, lo que se le pedía a Galileo era que no afirmara categóricamente la falsedad del heliocentrismo sino que admitiera que su propuesta era tan sólo (y en aquel momento lo era) una teoría que explicaba bien la realidad.
Es verdad que Galileo fue procesado por un tribunal de la Inquisición en el que se le conminó a retractarse de su teoría científica. Esto ocurrió en 1633 (tenía Galileo 68años), aunque jamás fue sometido a torturas. De hecho, la mayor parte del tiempo que duró el proceso, Galileo se alojó en el Palazzo Firenze, y una vez que acabó el juicio –en el que se le condenó, es cierto, a prisión, aunque la pena le fue conmutada inmediatamente- se le permitió regresar a su casa, pasando por Siena, donde el Arzobispo Ascanio Piccolomini le trató, como discípulo suyo que era, a cuerpo de rey. Una vez de vuelta en Acetri, Galileo se dedicó a la oración y a acabar la que tal vez haya sido su obra más importante: “Discursos y demostraciones en torno a dos nuevas ciencias”.
La condena de la historiografía oficial sobre el proceso seguido contra Galileo Galilei obvia interesadamente el hecho de que Galileo fue tratado permanentemente con consideración y respeto (por más que el simple hecho de ser procesado debe resultar inquietante y generar una tensión considerable) y que su condena final fue casi simbólica: rezar el Oficio Divino durante un año y abandonar las partes de su teoría que fueron calificadas de errores.
Obvia, además, que la motivación del proceso partía no de un interés acientífico sino, al contrario, de una defensa de la prudencia a la hora de aceptar postulados que pueden resultar erróneos. ¿Cómo negar que en 1630 todo el mundo veía el sol moverse entre el alba y el ocaso? La Iglesia no prohibía la investigación científica –numerosísimos religiosos se dedicaban a ella-, pero es evidente que el “giro copernicano” necesitaba tiempo para realizarse.
Y obvia, por último, con una falta de rigor histórico sorprendente, que en el siglo XVII Europa concedía a la verdad religiosa un valor capital, y que la anomalía es el desprecio actual por la religión y la filosofía, que sólo pueden derivar en una sociedad carente de valores sólidos y de espíritu crítico y racional.
En un tiempo en el que la verdad científica importa menos que nunca (se pretende, por ejemplo, imponer por ley que el sexo biológico es totalmente irrelevante a la hora de definir el sexo de las personas, prohibiendo incluso el debate y activamente y penalmente a quien trate de dar importancia a los cromosomas Y), el escándalo por el proceso de Galileo resulta realmente sorprendente. Desde Camino de Orleans, casi en el aniversario de su nacimiento, rendimos homenaje a Galileo contando la verdad de su vida y poniendo de relieve sus inquebrantables Fe y piedad.
Para saber más…
A modo de contraste, para entender en qué términos se desarrolla la historiografía oficial, os proponemos comparar el juicio a que fue sometido Galileo con el proceso contra otro científico, Miguel Servet, por los Calvinistas de Ginebra en 1553.
Para vuestros hijos es una encantadora e inocente forma de descubrir la figura de Galileo la versión de Disney en la que Mickey y Goofy fabrican un telescopio a partir de barras de salami y una mesa de billar.
Nuestro Galileo en oración es cortesía de @ayerdeciamos
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