miércoles, 28 de febrero de 2018

Goes y Wswad. Frío y heroísmo.

En la Historia de España hay multitud de nombres que nos resultan conocidos porque nos trasladan a gestas de primera magnitud. Juan de Austria y la Batalla de Lepanto, el Marqués de Santa Cruz y la Batalla de San Miguel, San Francisco Javier y la evangelización de Oriente, fray Junípero Serra y California, Ramón y Cajal, Cervantes, Lope, Velázquez... Hoy traemos a dos tal vez menos conocidos, pero de una talla igualmente gigantesca, que llevaron a cabo dos acciones parecidas separadas varios siglos. 

Cristóbal de Mondragón fue un Maestre del Tercio Viejo de Sicilia que luchó en las guerras contra los independentistas holandeses -y junto a los holandeses fieles al Imperio- en las guerras de Esmalcalda y Flandes. Fue Gobernador de Gante y Capitán General de Zelanda. Fue un gigante, vamos. Aunque sus hazañas personales y como jefe de unidad militar son numerosas (son increíblemente numerosas, en realidad: el desprecio a la muerte de los hombres que hicieron el Imperio español debía hacer encogerse de temor a la misma parca), traemos hoy una que deja con la boca abierta. 

En el otoño de 1572 la plaza de Goes estaba sitiada por los rebeldes holandeses, sin posibilidad de ser socorrida ya que los Mendigos Del Mar ejercían un eficaz bloqueo sobre ella. La ayuda estaba a quince kilómetros. Los infranqueables quince kilómetros de la desembocadura del Escalda, sometidos a corrientes poderosas y al efecto de las mareas. En la bajamar el agua llegaba entre la cadera y el pecho de un hombre. En la pleamar hasta el hombre más alto necesitaría nadar para no ahogarse. A pesar del riesgo casi demente que suponía la empresa, Mondragón al frente de tres mil hombres vadeó la desembocadura desafiando no sólo al frío, a las corrientes y al lodo del fondo, sino al mismísimo tiempo: si no cruzaban antes de la pleamar todos morirían barridos, literalmente, por las olas.  Quien se haya bañado media hora en las aguas de Galicia o de Asturias en el verano español podrá calibrar el desgaste brutal de la marcha que hicieron aquellos hombres.


Por supuesto, cumplieron con su deber. Aquellos hombres, con sus jefes marchando frente a ellos, sufriendo el mismo frío, lo podían todo. De hecho apenas se ahogaron una decena. Y cuando llegaron, ateridos, empapados, exhaustos de mantener las mechas por encima de sus cabezas durante quince kilómetros, pusieron en fuga a una fuerza holandesa que les triplicaba en número, y pusieron Goes a salvo.

Pues, por estremecedora e irrepetible que resulte la hazaña de aquellos españoles del siglo XVI, otros españoles en pleno siglo XX llevaron a cabo una repetición si cabe más temeraria, sacrificada y alucinante: los esquiadores de la Compañía del Capitán Ordás.

En el invierno de 1942, la División Española de Voluntarios estaba desplegada en el frente de Leningrado, a las orillas del lago Ilmen. Las temperaturas de las noches del invierno ruso llegaban a los cincuenta grados bajo cero. Los motores se echaban a perder, las armas dejaban de funcionar. Las guardias se multiplicaban porque debía restringirse su duración a media hora para no comprometer la vida de los centinelas.

En esas circunstancias el Capitán Ordás recibe orden de liberar la pequeña localidad de Wswad, defendida por unos 500 alemanes que se enfrentaban al 140 Regimiento soviético. No hay más forma de llegar que cruzando la desembocadura Del Río Lovat sobre la superficie helada del Ilmen. Y Ordás, como siglos antes Mondragón, acepta el inmenso riesgo y se pone en marcha frente a sus  206 hombres. 

La dureza de la travesía fue tan superior a la capacidad de resistencia humana que durante los diez días que duró la marcha se produjeron 106 bajas. Aún así, Ordás -con el apoyo insustituible de su Teniente Otero de Arce, logra trabar contacto con los tres mil esquiadores siberianos que sitiaban Wswad. Y ponerlos en fuga. Al final de la acción quedaban 18 españoles en pie.  La llegada de los españoles a Wswad, como su llegada a Goes siglos antes, fue una hazaña tan imposible de prever que supuso la entrada en pánico de sus oponentes. Por si todo esto fuera poco, la historia de la Compañía de Ordás está aliñada con numerosos actos de heroísmo en beneficio de la población rusa, poniendo ancianas a salvo en la batalla, rescatando del fuego los pertrechos de una familia...

Así eran los españoles: personas capaces de olvidar su propia seguridad y comodidad por cumplir con su deber o defender su ideal. Así eran Mondragón y Ordás. Y también Díaz del Castillo, Urbieta, Loyola, Juan de la Cruz, Teresa de Ávila, Navía Osorio... e Ignacio Eceheverría, que dejó su vida en Londres hace muy poco por proteger a sus semejantes. A todos ellos se ajustan los versos de Calderón de la Barca:
Estos son españoles, ahora puedo
hablar encareciendo estos soldados
y sin temor, pues sufren a pie quedo
con un semblante, bien o mal pagados.

Nunca la sombra vil vieron del miedo
y aunque soberbios son, son reportados.
Todo lo sufren en cualquier asalto.
Sólo no sufren que les hablen alto.

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