Hace pocos días asistíamos con
rabia a la expulsión de una charla de carácter comercial de Julia, una mujer con
síndrome de Down que, acompañando a sus hermanas, iba a asistir a la charla en
un hotel de Motilla del Palancar. El hecho es lamentable, por cuanto se hizo
mucho daño a una persona tan digna de amor y respeto como cualquier otra. O tal
vez más, por sus especiales circunstancias de indefensión y vulnerabilidad.
Pero desde Camino de Orleans
queremos hacer alguna reflexión más, sin cargar las tintas contra la empresa
que quería publicitarse mediante la charla –probablemente del todo inocente,
por cuanto inconsciente de que ese hecho se iba a producir- ni contra el hotel,
sino contra la degeneración de nuestra sociedad. La sociedad del bienestar inmenso
en la que vivimos –nunca en la historia se ha disfrutado de los servicios de
los que disfrutamos en la actualidad- encierra en su propia comodidad el
peligro de construir en nosotros una mentalidad como la del comercial que tomó
la penosa decisión de negar el acceso a Julia a su charla por el mero hecho de tener
trisomía del 21. Para no asustar a los demás, decía el comercial. Puede
construir en nosotros una mentalidad que percibe a un enfermo – ¡ni siquiera contagioso!- como alguien que da
miedo. Y que el protegerse de ese miedo sea justificación suficiente para
ofender, despreciar, expulsar al necesitado. Es el mundo al revés.
La lamentable actuación del
comercial fue denostada públicamente en las redes sociales por algunos
políticos españoles. Los mismos que llevan a gala defender –imponer, en
realidad- la ley del aborto como un supuesto derecho de las mujeres.
Tal vez algunos de nuestros
lectores no sepan que en España rige un procedimiento según el cual en la semana
12 del embarazo a los fetos se les somete a una serie de pruebas para detectar
posibles anomalías genéticas contra las que, a día de hoy, la medicina no sabe
actuar. Una de esas anomalías es la trisomía del cromosoma 21: el Síndrome de
Down.
Pues bien: la realidad de España
es que está en vigor, gracias a los políticos que tanto aparentaban lamentar el
incidente de Motilla de Palancar, una espeluznante ley según la cual la simple
probabilidad de que el feto tenga trisomía del 21 es motivo suficiente para
acabar con su vida. Es decir: Los mismos políticos que ahora aprovechan la
desgarradora fotografía de Julia llorando para mostrar su supuesta humanidad,
maniobran incansablemente para que las mujeres embarazadas aborten a sus hijos
por el simple hecho de tener Síndrome de Down. A los padres de Julia en el
tercer mes de embarazo esos políticos les habrían puesto una cara de displicente
superioridad y les habrían animado a matar a Julia. Si fuera por ellos, Julia
no existiría: habría muerto descuartizada en el seno de su madre.
Nuestra anestesiada sociedad no
soporta a los diferentes, a los feos, a los obesos. No soporta a los que tienen
tres cromosomas, a los que no alcanzan el nivel de “respetable perfección”
impuesto por los cánones actuales, musculados, depilados, hípersexualizados,
sin arrugas ni imperfecciones. Los que usan gafas, los que no han tenido dinero
para hacerse una ortodoncia, los que tienen una malformación del tipo que sea lo
tienen muy difícil… El resto, los que somos aceptablemente perfectos y felices
en apariencia –y lo compartimos sin cesar en nuestros perfiles de las redes
sociales- nos podemos asustar si nos vemos obligados a permanecer en la misma
sala que uno de ellos. El comercial de la empresa de salud pensaba así. Su
mente –probablemente poco aguda- ya ha sucumbido al veneno de nuestra época.
Es sorprendente que la
multitud de obras que han advertido sobre el
desprecio al diferente y el peligro de la eugenesia -en literatura “Un mundo
feliz”, en cine “Gattaca” “Cuando el destino nos alcance”, “La fuga de Logan” o “Los sustitutos” por poner algunos ejemplos- no
hagan que la sociedad comience a despertar de la tiranía que se aproxima. ¿El
comercial de la despreciable actuación será consciente de que varios millones
de personas en el mundo son más brillantes, más guapas, más sanas y más
inteligentes que él mismo y que, con su mismo criterio, podrían decidir mañana
que él puede generar aversión en los que son más atractivos? ¿De que si no se
concede a la vida un valor absoluto el hecho de ser moreno, o rubio, o ir a
medir menos de una estatura determinada o ser mujer –cosa que ya ocurre en
países como la India y China donde cientos de miles de niñas son abortadas sólo
por no haber sido concebidas varones- puede ser esgrimido como justificación
para matar?
En Camino de Orleans pensamos que
cada vida importa, y que nuestra existencia individual cobra valor en la medida
en que la volcamos en servir y proteger a los demás: a los pequeños, a los
necesitados. Especialmente a ellos. Y en
ese aspecto los políticos de nuestro arco parlamentario, sin duda, no nos
representan.
Para saber más…
La Fundación Jérôme Lejeune
realiza una fabulosa actividad en defensa de los afectados por el Síndrome de
Down. www.fundacionlejeune.es
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