sábado, 17 de febrero de 2018

Bécquer. Musas y fantasmas

El 17 de febrero de 1836 nació en Sevilla uno de los mayores exponentes del Romanticismo literario español: Gustavo Adolfo Bécquer. El Romanticismo, como todos sabéis, fue una corriente artística del siglo XIX que, en Literatura, dio algunos nombres de resonancia universal: Víctor Hugo, Alejandro Dumas, Walter Scott, Edgar Allan Poe… La lectura de muchas de sus obras es prácticamente obligada durante la adolescencia (y en la vida adulta si no nos dio tiempo antes).  A pesar de que la novela histórica -y las novelas románticas de  Walter Scott, por ejemplo, no son otra cosa- hay que leerla con prudencia para no confundir la ficción con la verdad histórica, muchos de estos relatos tienen una carga muy aceptable de realidad y sus protagonistas son ejemplos a seguir en muchas de sus facetas. Pensamos por ejemplo en el Rob Roy de Scott (el auténtico luchó por los Estuardo al lado de infantes españoles en la batalla de Glen Shiel), o en Jean Valjean, o en Edmundo Dantés.

Entre los autores románticos españoles destacan por derecho propio José Zorrilla (el Tenorio, y su romance "A buen juez mejor testigo" son, en nuestra opinión, dos cumbres de la literatura), Espronceda (con su inolvidable "Canción del pirata"), y ya tardíamente Rosalía de Castro (el alma de la morriña gallega, llevada a la cumbre en “Negra sombra”) y al que hoy homenajeamos, Gustavo Adolfo Claudio Domínguez Bastida: Gustavo Adolfo Bécquer.



La vida de Bécquer estuvo acorde con el espíritu de su corriente artística. Bécquer amó intensamente a tres mujeres…o tal vez a ninguna mujer real, sino a un ideal:

 “Yo soy un sueño, un imposible,
vano fantasma de niebla y luz,
soy incorpórea, soy intangible,
no puedo amarte.
 -¡Oh, ven! ¡Ven tú!”.

 Y no fue correspondido más que por la tercera…que acabó siéndole infiel con otro hombre:

 “Cuando me lo dijeron sentí el frío 
de un hoja de acero en mis entrañas; 
me apoyé contra el muro y, un instante, 
la conciencia perdí de dónde estaba”.

A pesar de provenir de una familia acomodada, y de haber disfrutado de la amistad de personas influyentes que le apoyaron, no consiguió el reconocimiento en vida que habría deseado, y pasó por momentos realmente bajos cuando en la Revolución de 1868 su libro de poesías desapareció pasto de las llamas. Tuvo un compañero inseparable en su vida, su hermano el pintor Valeriano Bécquer, que, a pesar de ser casi de su edad murió joven, con 36 años, dejando a Gustavo Adolfo desolado. Por si fueran pocos los ingredientes de este melancólico guiso, Gustavo Adolfo contrajo tuberculosis, enfermedad que le llevó a la tumba con 34 años, pocos meses más tarde que Valeriano.

A pesar de este cúmulo de desventuras, Gustavo Adolfo escribió como pocos al amor y, sobre todo al desamor:

“Asomaba a sus ojos una lágrima
y a mi boca una frase de perdón.
Habló el orgullo y enjugó su llanto, 
y la frase en mis labios expiró”

Y supo hablarle a Dios de sus tristezas y de su necesidad desgarradora de saberse perdonado:

“Soldados del Ejército de Cristo
santos y santas todos,
rogadle que perdone nuestras culpas
a Aquel que vive y reina entre vosotros”.

Bécqer consiguió como nadie describir las noches de los campos españoles, la tétrica desesperación de las almas en pena, el honor orgulloso de los caballeros medievales de España defendiendo, aún después de muertos, el honor de sus mujeres cuando iba a ser mancillado por el invasor francés. Después de leer a Bécquer, cualquier edificio construido en piedra nos suscita mil imágenes terribles y grandiosas de almas que pugnan por defender la verdad y la justicia o por ganar el corazón de una mujer. Después de leer a Bécquer uno no puede olvidar, al ver una flor de la pasión, el alegato escalofriante de Sara ante su padre:

“Vengo a arrojar sobre vuestras frentes todo el baldón de vuestra infame culpa…”.

Nada mejor para una noche de invierno que leerle a un hijo o a un sobrino cualquier leyenda de Bécquer y disfrutar de su silencio, su atención y sus ojos abiertos por la fascinación que le genera el atrevimiento de Alonso al ir a por la prenda de amor -desdeñoso, cómo no- de Beatriz, al terrible y mortal Monte de las Ánimas.

Para saber más…
Si algún día estáis de excursión en Toledo, no dejéis de visitar la ermita del Cristo de la Vega con una copia de “A buen juez mejor testigo” de Zorrilla. No os contamos más…

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